La procesión del Cristo del Consuelo se constituyó este viernes 15 de abril en un canto a la vida, en un agradecimiento por estar con vida luego de la pandemia, ya sea con cantos, con rezos y plegarias, caminando bajo un sol que quema, la mayoría con mascarillas para seguir protegiéndose del virus.
Así, cientos de miles de católicos acompañan desde el amanecer a la imagen del Cristo del Consuelo, no solo por las calles que son la ruta de la procesión, sino por arterias aledañas del suroeste de Guayaquil, como símbolo de devoción. En los balcones también estaban cientos de personas. Esta es uno de las dos más grandes eventos católicos del Ecuador, junto a la procesión del Jesús del Gran Poder, que se desarrolla al mediodía en Quito.
Esta tradición se caracteriza por convocar a miles de devotos de la fe católica desde 1960, quienes vienen desde distintas partes del Ecuador y del mundo con un solo fin: alabar al Cristo del Consuelo. La de este año es la edición 62 de esta demostración de fe católica.
Al son del canto “Cristo del Consuelo, Cristo de mi amor, ven cura la herida de mi corazón...”, los fieles católicos flamean banderas, alzan sus ramos de olivo o abrazan aquellas representaciones religiosas que sostienen fuerte, como es su ve, en sus manos.
El sol de la mañana también dio la bienvenida a esta edición número 62 y un recorrido multitudinario por las calles aledañas a la ruta, donde los comerciantes de comida o bebidas se acoplaron para ofrecer sus productos, mientras que el olor de los platos se mezclaban en el ambiente con el aroma del incienso.
Religiosas, sacerdotes, obispo y demás representantes de un pueblo de fe, acompañan a Jesús durante las 14 estaciones, respondiendo a viva voz: “Señor, pequé, ten misericordia de mí” y haciendo sentir con aplausos su agradeciendo por la vida. El Arzobispo de Guayaquil, monseñor Luis Cabrera Herrea, preside la caminata, que llega a la explanada del Cisne 2, donde se levanta una estatua gigante del Cristo del Consuelo. (I)
Entre los fieles que participan de la procesión del Cristo del Consuelo hay quienes desbordan en su fe con agradecimientos por la vida y hasta por supuestos milagros concedidos. Mary Sabando, de Manabí, es una de ellas. Desde hace 10 años asiste al recorrido. Para cumplir con su cometido, esta vez pasó la noche en las afueras del santuario, en Lizardo García y la A, orando por las almas de sus cinco familiares fallecidos en la pandemia.
Ella atribuye al Cristo del Consuelo el milagro de estar viva. En la etapa dura de la pandemia, a inicios de abril de 2020, perdió a sus padres y tres hermanos por causa del virus, entonces cayó víctima de la depresión. Rememora que ese mismo 2020, el viernes santo, vio una transmisión en Facebook del sobrevuelo que se organizó con la imagen.
En ese momento ella pidió por su salud y relata que instantes después sintió un ligero soplo por su cara.
Ella asegura que gracias a su fe ha sido sanada. “Soy testigo de que cuando se pide con amor, todo se alcanza; por eso invito a las personas a orar con sinceridad y respetar los designios de Dios”, dice.
Decenas de devotos participaron en la procesión descalzos, pese a que el asfalto quemaba.
Entre la multitud de feligreses y bajo un intenso sol, clásico de Guayaquil, se observaban varias formas de hacer penitencias frente o alrededor de la imagen religiosa. Mónica Arrezaga, de 50 años, optó por caminar descalza, con una imagen de Jesús Crucificado y velas en las manos. La cera caliente de cada uno de los pequeños y coloridos cirios se deslizaba por su piel. Para ella eso significaba salud, vida y amor, el de su primogénito de nombre Jesús.
La guayaquileña cuenta que lleva realizando este acto de amor desde hace 15 años, como muestra de agradecimiento por el milagro de vida de su adorado hijo, quien por haber nacido prematuro sufrió diversos quebrantos de salud, pero ha ido mejorando con el tiempo.
Dice tener más fe que nunca y nostálgicamente canta y agradece a Cristo. Arrezaga concluye de que no se trata de tenerlo todo, sino de creer en Dios, ser feliz siendo madre. Para ella, Dios vive en el rostro de su hijo, a quien lo considera fruto de un milagro. (I)