El pasado 11 de octubre, Ecuador despidió a Baltazar Ushca Tenesaca, el último hielero del Chimborazo. Con su partida no solo se pierde una figura histórica, sino también un fragmento vivo de la identidad cultural de la región andina. Ushca, reconocido internacionalmente por su labor de extracción de hielo en el volcán más alto del mundo, era mucho más que un simple trabajador, era un símbolo de resistencia, tradición y conexión con la naturaleza.
Sin embargo, su historia también también refleja una dolorosa verdad sobre el turismo y su incapacidad, en muchos casos, de retribuir de manera justa a quienes hacen posible la experiencia cultural y natural que tanto atrae a los viajeros nacionales e internacionales.
Solo atractivo para el turismo
Por décadas, Ushca fue un atractivo viviente para quienes visitaban el Chimborazo. Turistas, periodistas y documentalistas llegaron a las faldas del volcán para verlo cumplir una labor que parecía salida de otro tiempo. Armado con su pico y su determinación, ascendía a más de 5.000 metros sobre el nivel del mar para cortar bloques de hielo y transportarlos a Riobamba, donde eran usados tradicionalmente en mercados y restaurantes.
Este trabajo, que había sido una fuente de ingresos para varias generaciones de hieleros, se fue extinguiendo con la llegada del hielo industrial, dejando a Baltazar como el último guardián de esta práctica ancestral.
A pesar del interés que generó su historia, los beneficios que el turismo aportó a la vida de Ushca y su familia fueron mínimos. Aunque recibió reconocimientos, su vida no cambió significativamente. Continuó viviendo en la pobreza de la ruralidad ecuatoriana, subsistiendo con un oficio agotador que apenas le daba lo suficiente para cubrir sus necesidades. El turismo, una industria que podría haber transformado su realidad, se limitó a convertirlo en una atracción más, sin garantizarle las herramientas para una vida mejor.
El caso de Ushca expone una paradoja del turismo: mientras este celebra y utiliza la autenticidad de las tradiciones, a menudo falla en proteger y apoyar a quienes las preservan. Las visitas guiadas al Chimborazo, donde el hielo extraído por Baltazar solía ser el punto culminante, generaban ingresos para agencias, guías y otros actores, pero no necesariamente para él de forma significativa. Tampoco hubo un esfuerzo colectivo por parte de las autoridades locales o el sector privado para integrar su figura en un modelo exitoso de turismo comunitario que le garantizara ingresos dignos.
No se lo valoró de forma justa
Es cierto que Ushca se convirtió en un símbolo. Documentales como Los hieleros del Chimborazo (2016) y múltiples reportajes internacionales pusieron su historia en el mapa. Sin embargo, la visibilidad no siempre se traduce en bienestar. La mayoría de las ganancias derivadas de estos proyectos rara vez llegaron a su bolsillo. Esta desconexión es una de las críticas recurrentes al turismo en comunidades indígenas y rurales: se valora el espectáculo, pero no se remunera de manera justa a quienes lo sostienen.
A lo largo de su vida, Ushca representó no solo a los hieleros, sino a toda una generación de trabajadores olvidados, aquellos que son esenciales para mantener vivas las tradiciones que enriquecen la experiencia turística.
El turismo en Ecuador, que se enorgullece de ser sostenible y comunitario, tiene una deuda histórica con figuras como la suya. Si bien es importante reconocer su legado con homenajes y memoriales, lo verdaderamente necesario es reflexionar sobre las fallas estructurales que permitieron que su labor fuera admirada, pero no suficientemente valorada. Quizá sea hora ya de pensar un programa especializado de turismo rural y comunitario que cierre la brecha existente en pos de justicia y equidad en el desarrollo.
Este caso también plantea interrogantes sobre cómo el sector turístico puede evolucionar. ¿Qué habría pasado si el turismo en torno a Ushca se hubiera desarrollado de manera más justa? Un modelo inclusivo habría permitido que su familia se beneficiara directamente del flujo de turistas, tal vez a través de una cooperativa local que ofreciera experiencias auténticas en torno al hielo del Chimborazo con mejores estándares de calidad y rescatando un proyecto innovador y único a nivel mundial. Este tipo de iniciativas no solo habrían mejorado su calidad de vida, sino también garantizado la preservación de la tradición en un contexto moderno.
Con la muerte de Baltazar Ushca, Ecuador pierde más que a un hombre; pierde una conexión directa con un oficio que sintetiza la lucha entre modernidad y tradición. El turismo, que tantas veces se presenta como una solución para la preservación cultural, queda expuesto en este caso como un actor que, aunque admirador de la autenticidad, rara vez actúa para protegerla.
La figura del último hielero debería ser una lección para el sector. Es hora de que el turismo asuma su responsabilidad hacia las comunidades y personas que hacen posibles las experiencias que vende. Más allá de monumentos y palabras de admiración, el verdadero homenaje a Baltazar Ushca sería construir un modelo turístico que valore no solo los paisajes y tradiciones, sino también a quienes los sostienen con su trabajo diario. Solo así se podrá evitar que historias como la suya se repitan en el futuro. (O)
Autor: Dr. Enrique Cabanilla
- Docente - investigador ecuatoriano, quien ha desarrollado procesos relacionados a la academia, vinculación, investigación y consultoría en varios países latinoamericanos como Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Perú, Nicaragua, Guatemala, entre otros.
- Docente de la Universidad Central del Ecuador.
- Maestría en Gestión del Desarrollo del Turismo y un Doctorado en Geografía en la Universidad Nacional del Sur, Argentina.
- Cuenta con más de 100 publicaciones entre artículos, libros, conferencias y manuales relacionados con diversos temas del sector.
